lunes, 2 de febrero de 2009

ENTRADA FINAL

La historia económica no debe ser una historia de números, de estadísticas y tablas. La labor del historiador no es la de almacenar datos, sino explicar procesos y someter a crítica las fuentes de que dispone. En palabras de Hobsbawn, “debemos aprender a recelar de la aparente solidez y rigor de las tablas de estadística histórica”. Considero necesaria la introducción de mi entrada final desde esta perspectiva, pues como estudiante de económicas mi acercamiento a la historia se había producido más desde tablas estadísticas sobre precios, producciones, demandas, etc. que sobre el contenido social, político, intelectual y cultural que subyace tras estas frías cifras.

La actividad intelectual que se ha dedicado al estudio de los procesos y mecanismos que regían la economía en la Edad Moderna bebía, en primer término, de la tradición bajomedieval escolástica. En efecto, las primeras disquisiciones sobre materia económica se enmarcaban en el análisis de otras críticas –no se constituían como un tema en sí mismo- y además estaban claramente orientadas a la persecución de un fin de tipo moral. Los trabajos sobre la teoría del valor de los bienes, sobre el justo precio, sobre la usura o los cambios se regían por la idea básica de ¿es lícita tal o cual práctica?; en ellos no buscaban tanto desentrañar los elementos que producían, por ejemplo, la formación de los precios relativos, como observar si el resultado de la conjunción de estos elementos era moralmente aceptable. En este apartado –pensamiento y actividad intelectual- es en el que más gratamente he querido profundizar, lo que me ha permitido acercarme a importantes figuras como Bernardino de Siena, Nicolas de Oresme, Tomás de Aquino, Domingo de Soto o Martín de Azpilcueta. De este acercamiento he obtenido, amén de lo explicado, una interesante visión sobre la mentalidad imperante en los círculos intelectuales y que por supuesto tenía su proyección en la política económica de la época. Así mismo de sus aportaciones, como la originaria plasmación de una teoría cuantitativa del dinero, y de servir de soporte a futuras generaciones de economistas.

Quiero resaltar así mismo la importancia de las clases dedicadas al mercantilismo, que fue al fin y al cabo la expresión más definida y dilatada de la política económica en la Edad Moderna. La fisiocracia -considerada por muchos autores como la primera escuela econñomica- no tuvo una aceptación tan elevada -Quesnay no vería cumplir su sueño de modelo económico y Turgot no pudo desarrollar excesivamente esta política cuando tuvo oportunidad-. Y tras ésta la aparición de la escuela clásica –finales del siglo XVIII- y su consiguiente implantación en la vida de los Estados, que se resolvió en mayor medida como un proceso que concierne a la Edad Contemporánea.
El mercantilismo se me ha presentado como un elemento muy importante desde dos perspectivas. La primera se refiere a la amplia discusión historiográfica –aun latente- sobre su visión como la inaugural escuela económica o como una simple práctica económica. En segundo lugar, es muy interesante desentrañar los distintos modelos de mercantilismo europeo –boullonista, colvertista, comercial- ya que estos eran a la postre los que produjeron la aparición de la economía moderna; y como los distintos agentes propiciaron desde esta visión la susodicha aparición. Wallernstain cita en este sentido que “la economía moderna solo pudo aparecer cuando el monarca tomó el control del poder” esto es, cuando los estados europeos generaron desde el siglo XVI lo que el autor conoce como sistema-mundo.

El mercantilismo extendería pues sus redes sobre una economía que no ha logrado definirse de forma consensuada. Precapitalista, protocapitalista o capitalista; distintas tesis formulan una u otra perspectiva. Algunas referencias nos ayudan a ajustar mejor estas cuestiones. Desde la perspectiva del beneficio, parece evidente que en la Edad Moderna se dieron estructuras y soportes que buscaban este fin. No solo desde un punto de vista individual, sino también desde la propia política y sus leyes. En este sentido es destacable, como uno de los fenómenos básicos, el progresivo crecimiento de la gran propiedad y el cercamiento de la misma, o las leyes antigremiales en el ámbito industrial. Políticas que refrendaban la elección individual frente al colectivo. O la creación de grandes compañías de explotación monopolística –Compañía de las Indias Orientales, etc- que propiciaron una mayor conexión interregional de mercados, no solo de bienes, sino también de activos financieros. La banca y la evolución cada vez más compleja de su actividad, amén de su importancia en el desarrollo de una economía global, fue constituyéndose cada vez más como un sector clave para el avance de la acción política de los estados.

Como última cuestión, debo señalar todo lo aprendido sobre el ámbito fiscal de la Edad Moderna. El estudio, pese a estar centrado en la monarquía hispánica, ha significado sin duda un avance –cuantitativo y cualitativo- para mi comprensión de la economía del período. Desde las relaciones entre los agentes privados con la Corona, a la actuación de ésta en materia hacendística. He encontrado especialmente interesante el ámbito del endeudamiento, el desarrollo de la deuda flotante y los procesos de bancarrota que desembocaban en los remedios generales, que redefinían las relaciones entre la banca privada y la Corona.

Para concluir, los agradecimientos. A mi grupo por haber permitido desenvolverme en un ambiente cálido de trabajo y de continua búsqueda de superación. Al profesor David por ser un elemento más de motivación en esta asignatura, por su atención y el planteamiento de la asignatura, que entiendo quería ofrecer algo más que instrumentos exclusivamente académicos. La docencia es a mi parecer tan relevante como el conocimiento cuando se imparte una clase en un aula universitaria.

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